Nunca he sido buena en la cocina. Si sigo una receta, leo mal las instrucciones o me equivoco en las cantidades, con resultados desastrosos (todavía no he conocido a nadie más capaz de arruinar una mezcla de pie de calabaza a la que solo había que agregarle leche); así que me mantuve lejos de la cocina la mayor parte de mi vida, pero me tocó aprender.
Cuando contemplé por primera vez una dieta libre de carnes averigüé todo lo que debía saber, pero pronto decidí que mejor ni lo intentaba: si yo no cocinaba me iba a morir de hambre.
Hace seis años leí el artículo de una amiga sobre el vegetarianismo y me interesé nuevamente. Repasé lo que tenía que saber y me decidí. Pero parte del reto era que, fuera como fuera, tenía que aprender a cocinar.
Ahora tengo a mi alcance muchas más opciones de alimentos, recetas e información, y cada vez me siento más confiada, creativa y dispuesta a experimentar. He aprendido a prepararme platos fáciles, variados y nutritivos, y algunas personas que los han probado me han felicitado. Aunque me encantaría tomar un curso de cocina vegetariana, y todavía tengo problemas para seguir recetas.
Por ahora, lo más importante es que me guste a mí y, claro, no morirme de hambre.